Hernán Casciari

Aniversario de mi garrote
3m

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Seis meses haciéndome el loco

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En estos días en que todo el mundo está disperso, jugando con su nuevo teléfono móvil o preparándose para el año nuevo; en estos días donde no hay nadie en las oficinas o en las escuelas, mi Garrote cumple cuatro años y está un poco nervioso. Un poco asustado también. Hace años, cuando llegué a este hospital (que espero sea el último) eran los primeros días de un diciembre muy frío y muy lluvioso. Yo estaba un poco triste, porque en cada hospital haces buenos amigos, y yo había perdido a los míos.

Estuve muchos días en silencio, sin hablar con nadie ni saludar a ninguno en el patio. Los demás pensaban que yo era o muy peligroso o muy tonto. Sin embargo, yo estaba triste, nada más. 

Entonces comenzaron a pegarme. No mucho, porque aquí son todos bastante pacíficos, pero me arrojaban piedras pequeñitas, o los huesos de las olivas, o puñados de azúcar en los ojos, o fichas del dominó. Etcétera. Tampoco voy a enumerar todo lo que me arrojaban. 

Como yo estaba alicaído no respondía a esos golpes, ni con miradas ni con gritos de dolor. Tampoco los esquivaba, ni me molestaba en irme. Yo era un vegetal gordo y silencioso. Todos querían jugar conmigo o saber cuál era mi voz y cuál era mi historia. Pero yo los despreciaba. 

Entonces llegó la Navidad, que es cuando nos dejan ir hasta la plaza que hay aquí enfrente. Yo no me podía alejar del grupo, pero me mantuve callado y sin hacerle caso a nadie. 

Entonces lo vi. 

En la plaza había un niño que lloraba. Tenía un garrote de plástico en la mano. La madre (supongo que sería la madre) le decía que no, que era imposible que Papá Noel le trajese la No-Sé-Qué. Que debía conformarse con el garrote de plástico hasta que llegaran los Reyes; y que quizás, cuando llegasen los Reyes Magos, sí le pudiesen traer la No-Sé- Qué. No era seguro, decía la madre, pero había que tener esperanzas.

El niño pataleaba sin escuchar explicaciones, y se arrastraba por la arena del arenero dando gritos de dolor por no tener lo que había pedido. 

Yo intuí que la No-Sé-Qué sería algo muy costoso para la economía de esa madre. También intuí que esa madre no tenía marido fijo, es decir, que era soltera o viuda o sola. También supe que el niño quería muchísimo a su madre, pero no sabía cuánto dolor le estaba causando con su berrinche.

Cuando se fueron, la madre le dio la mano a su hijo. Entonces él, el niño malo, sin que nadie lo viese, soltó el garrote de plástico, que cayó sobre la hierba sin hacer ningún sonido. Lo abandonó en represalia por su malhumor. Seguramente a su madre le costó muchísimo comprar ese garrote de plástico gigantesco. Y el niño lo arrojó a la calle. 

Si yo no hubiese estado vestido con esta ropa que nos ponen aquí, si hubiese estado vestido con normalidad, habría ido a decirle a esa madre que al niño se le había caído el garrote. Pero preferí esperar un poco, acercarme con sigilo… y adoptarlo. 

Mi Garrote cumple años en estos días. Cuatro años conmigo. Yo no soy su verdadero dueño, no soy su dueño biológico, pero lo quiero. Él me ha ayudado mucho a adaptarme a este lugar. 

Cuando regresamos al hospital, aquella vez, todos me vieron llegar con mi Garrote. Ya nadie me arrojó cosas en el patio, y yo, al mismo tiempo, no estaba tan triste como antes y comencé a hacer buenos amigos.

¿Es este un cuento con final feliz, o un cuento de Navidad? Pues yo creo que no. No entiendo entonces por qué recordar el primer encuentro con Mi Garrote me ha puesto tan sensible. 

Y creo que a él también.

Hernán Casciari