Hernán Casciari

Candidato a loco del barrio
3m

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Más respeto que soy tu madre

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Lo que más nos preocupa de esta nueva faceta del Nonno baterista no es el ruido que pueda meter en casa. Eso se arregla con cajas de huevo en las paredes o con algodón en las orejas. El problema más grave, lo que más nos atormenta, es que se convierta en el «loco del barrio».

Para peor, don Américo cumple con todos los requisitos del cargo: está viejo, no es un mendigo, lo saluda mucha gente por la calle, viene de una familia más o menos conocida, se viste raro y se comporta de una manera que, sin ser del todo un delincuente, les da un poco de miedo a las viejas y a los chicos. Eso es un loco, en Mercedes.

En este pueblo hay un montón de locos. Pero en cada barrio hay siempre uno que, por alguna razón, es el «loco del barrio». Cada vez que se muere el loco del barrio, lo suplanta otro. Es increíble pero nunca falla. Y como hace seis meses que el loco de nuestro barrio se murió (lo pisó el Rápido de las veinte y veinte, pobrecito, ¿quién lo manda a ladrarle a la locomotora?), estamos todos con el culo a cuatro manos, temiendo que los vecinos nos declaren al Nonno «loco del barrio». ¡Qué vergüenza, Dios mío, no quiero ni pensarlo!

Si la vieja Monforte no anduviera todo el día encerrada, seguro que la loca del barrio sería ella; pero para pretender ese puesto hay que caminar mucho la calle, y la Monforte siempre está metida en casa. El Caio también cumple con casi todas las reglas, pero es chiquito todavía. Además dónde se ha visto que el «loco del barrio» se drogue… Y el Carnecruda lo que tiene en contra es que es mendigo: y está prohibido ser el «croto del barrio» y el «loco del barrio» al mismo tiempo. Si te descubren te meten preso.

El «loco del barrio», para empezar, no le hace mal a nadie. Incluso le da el toquecito pintoresco a la zona. Y si se viste gracioso, es aclamado por los pibitos, y si encima no tiene olor feo, incluso te prestigia los Bailes Populares. A mí no me molestan los locos que hemos tenido acá en el Barrio Estación. Pero igual no quisiera que fuera un pariente, porque después en el almacén te miran raro.

—¡Don Américo! —le grité ayer a la tarde—. ¡Ni se le ocurra salir a la calle con los calzoncillos arriba del pantalón!

—Ío sonno una strela d’il rocanrole, e me nefrega el qué dirán —me prepotea.

—¡Se va a cambiar ahora mismo! —le digo—. Póngase la boina, llévese el bastón y los lentes, por el amor de Dios… ¡Disimule!

Hay un problema más: los locos de cada barrio son candidatos naturales a «loco del pueblo», y ahí sí que me muero. Si un día don Américo llega a ser el loco de todo el partido de Mercedes, yo no salgo más a la calle. Trascartón, dejaría de venirnos gente a la pizzería y no conseguiríamos trabajo en ninguna parte.  

«¿Mirta Bertotti?», me dirían, «¿usted es algo del loco Bertotti, el loco del pueblo?». ¡No, por Dios! Se me pone la carne de gallina de solo pensarlo…

Hernán Casciari