Hernán Casciari

Cultura y teléfono descompuesto
3m

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Hubo un tiempo en que a las personas que compartían una misma lengua en diferentes regiones (México, Argentina, España) les resultaba imposible, o por lo menos carísimo, conversar. 

Llamadas internacionales prohibitivas, lento y engorroso correo postal, dictaduras, guerras, incomunicación geográfica. En esos tiempos de cierto caos, de transiciones políticas, de desencuentro, cada país les ponía a las películas de habla inglesa el nombre que se le antojaba al creativo de turno en cada región. Total, ningún adicto al cine de Valparaíso conversaba con otro de Barcelona, y ningún cinéfilo de Buenos Aires tenía una sobremesa con uno de Veracruz o de San Diego. De haber existido esas charlas, habría resultado caótico. El de San Diego diría: «¿Han visto ‘After Hours’, la última de Scorsese?». El de Barcelona contestaría: «No, pero te recomiendo ‘Jo, qué noche’, del mismo director». Y el de Buenos Aires agregaría: «Yo, de Scorsese, solamente vi ‘Después de hora’». Y todos, más tarde, se hubieran ido a sus casas sin saber que hablaban del mismo filme. Lo mismo con ‘One Flew Over the Cuckoo’s Nest’, el estupendo drama de Milos Forman, que en Argentina se llamó ‘Atrapado sin salida’ (mal) y en España ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ (peor). O el filme ‘A Hard Day’s Night’, de Los Beatles: ‘Anochecer de un día agitado’ en América Latina, y ‘Qué noche la de aquel día’, en España. Y una más terrible: ‘Thelma & Louise’, que en México se llamó —sin tacto para el espoiler— ‘Un final inesperado’. (Hay casi tantos casos ridículos como películas se han filmado, y esta columna no es tan larga. Sigamos). Entonces llegó internet. El chat, el correo, la videoconferencia. En este siglo, hablar con personas de otros países resulta, a veces, más sencillo que hacerlo con el vecino de la casa de enfrente. La lógica indica que esa manía de rebautizar las obras de cine a tontas y a locas tendría que haber muerto. Todo lo contrario, sigue más viva que nunca. Quizá el lector haya intentado alguna vez hablar sobre cine actual con un amigo de otro país. Es imposible, porque nada se llama igual. La última gran comedia de Todd Phillips, ‘The Hangover’, tan fácil de traducir en nuestra lengua como ‘La resaca’ (y, además, el único nombre posible) se llama ‘¿Qué pasó ayer?’ en un lado del Atlántico, y ‘Resacón en Las Vegas’ en el otro lado. La de los hermanos Cohen, ‘No Country for Old Men’, es ‘Sin lugar para los débiles’ de un lado y ‘No es país para viejos’ del otro. Y así hasta el infinito. Lo que me espanta es que se ha sumado otra industria a este descontrol: la del libro. Quise hablar el otro día con un amigo de Boston sobre la trilogía Millennium, de Stieg Larsson, y no fue posible. Lo que aquí se llama ‘La reina en el palacio de las corrientes de aire’, en inglés se dice ‘The Girl Who Kicked the Hornet’s Nest’ (La mujer que pateó el panal de avispas), y en sueco original, ‘Luftslottet som sprang’ (El castillo de aire explotado). Una de dos, o nos ponemos de acuerdo para bautizar el arte entre todos, o volvemos a cortar internet y regresamos a la oscuridad analógica. Seguir así nos llevará a la esquizofrenia. 

Hernán Casciari