Hernán Casciari

El hombre que debía adivinarle la edad al diablo
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Pausa

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Había una vez un hombre que estaba en el monte, descansando debajo de un viejo ombú, y de pronto se le apareció el Diablo. 

«Quiero hacer un pacto con usted», le dijo. «De­pende de qué se trate», contestó el hombre. «Se trata de que usted sea un hombre muy rico y que tenga todo lo que quiera. ¿Qué le parece?». 

«Me parece bien», respondió el hombre. 

«Entonces le propongo un pacto. Yo lo hago rico ahora mismo pero usted va tener que adivinarme la edad, y para que lo haga le doy un plazo de veinte años. Si en veinte años la adivina, queda libre y sigue rico. Si no lo hace será mi esclavo. ¿Está de acuerdo?», dijo el Diablo estirándole un papel y una lapicera. 

«Estoy de acuerdo», dijo el hombre, y firmó. «Muy bien: en veinte años exactos nos encontramos acá», agregó el Diablo y se esfumó.

Cuando el hombre volvió a su rancho, el rancho no estaba. En su lugar había un palacio. Y él tampoco se reconoció. En vez de alpargatas tenía botas, y un traje flamante. Un mayordomo se le acercó y le dijo: «Señor, ¿qué desea para el almuerzo?». «Pucherito de gallina con viejo vino carlón», dijo el hombre. «¿Y de postre?». «Queso y dulce». 

Un rico no se acostumbra nunca a ser pobre, pero un pobre se acostumbra rápido a ser rico. Y a este hombre le llevó apenas dos minutos. Enseguida le gustó comer bien, dormir a pata suelta, mandar y que le obedecie­ran. Y a la semana ya se había olvidado del Diablo. 

Se casó con una mujer hermosa. Conoció a em­bajadores y futbolistas. Y vivió como un duque sin darse cuenta de que pasaban los años. 

Una noche de tormenta se desveló y se acordó de la cita con el Diablo. Para no olvidarse, había escondido en el cajón de la mesa de luz un papel con la fecha de la cita. Buscó el papel y se pegó un susto enorme. Fal­taban solamente seis meses y diez días para la cita. No podía perder tiempo: necesitaba conocer la verdadera edad del Diablo. 

Entonces se fue de viaje. Estuvo en Bolivia, en Ecuador, en México. Se entrevistó con los eruditos más encumbrados de Europa y con los sabios más respetados de oriente, pero en ningún lugar encontró nada. Y seis meses después, cuando faltaban un par de días para la cita, volvió a su casa derrotado. 

Su mujer lo vio triste y ojeroso, y se preocupó por él. El hombre se largó a llorar y le reveló su secreto: «Te voy a contar la verdad. Todo lo que tenemos se lo debo al Diablo. Él me dio poder a cambio de que le adivine la edad en un plazo de veinte años, y si no le adivino la edad para mañana… me convertiré en su esclavo. Estoy perdido». 

«No te preocupes», dijo la mujer. «Yo te voy a arre­glar este problema. Es muy fácil». «¿Fácil?», dijo el hombre. «Ajá. Primero hay que cazar pájaros. Poné a todo el personal de palacio a cazar pájaros. Cuantos más pájaros, mejor». «¿Y después?». «Después, vas a ver», le dijo ella, sonriente. 

Todo el personal salió a cazar pájaros y unas horas después había jaulas llenas. «Ahora hay que matarlos y sacarles las plumas, y después hay que poner las plumas en un tanque». 

Las cosas se hicieron como ella ordenó. Y cuando todo estuvo listo, la mujer se sacó la ropa, se emba­durnó el cuerpo con miel y se metió en el tanque de plumas. Enseguida empezó a revolcarse y cuando salió parecía un plumero. «Ahora vamos al lugar de la cita», le dijo a su esposo. 

Los dos llegaron al viejo ombú. Ella se quedó dura como una estatua, no quería ni pestañear para no perder una pluma, y el hombre se escondió para no ser visto. Un poco antes de la medianoche apareció el Diablo. 

«¿Qué pájaro será este?», dijo en voz alta el Diablo. «Ñandú no es; gallareta tampoco…». Y empezó a dar vueltas alrededor del pájaro. «¿Dónde tendrá el pico? ¿Y qué comerá?», se preguntó.

El Diablo miró al pájaro, cada vez más intrigado. «Decime, che, ¿qué pájaro sos?», le preguntó al ani­mal, y el pájaro respondió: «Juaguá». «¡A la mierda!», dijo el Diablo. «En mis 485.546 años nunca me ha­bía encontrado con un pájaro tan raro». Y justo en­tonces se hizo la medianoche. 

El pájaro se fue dando saltos, y al rato el hombre apareció en el ombú. El Diablo lo reconoció al ins­tante: «Muy puntual», dijo el Diablo. «Cinco minu­tos después de las doce». El hombre respondió: «Us­ted también, muy puntual». 

El Diablo fue al grano rápido: «¿Y, adivinó mi edad?». Y el hombre dijo: «Usted tiene 485.546 años». Lo dijo con una sonrisa triunfal en los labios. Entonces el Diablo respondió: «Exactamente che». 

Y desapareció.

Javier Villafañe
Una adaptación de Hernán Casciari