Hernán Casciari

El Síndrome de Acumulación Compulsiva
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Han descubierto un nuevo trastorno, pariente directo del Síndrome de Diógenes (aquel que padecen quienes amontonan kilos y kilos de basura en casa) y primo hermano del Trastorno Obsesivo Compulsivo (la enfermedad que hizo popular Jack Nicholson en Mejor imposible). 

De la mezcla de estos dos males ha aparecido ahora el SAC, Síndrome de Acumulación Compulsiva, que consiste en guardar cosas por si algún día resultan necesarias. En este caso ya no se trata de traer al hogar porquería maloliente, ni de encender y apagar el interruptor de la luz, sino de conservar objetos inútiles con alguna historia personal detrás (un pétalo de rosa entre las páginas de un libro, o un boleto de colectivo del año 1966) y otros trastos inservibles que se quedan en los cajones por si alguna vez tenemos que consultarlos. Para más inri, parece que un 4 por ciento de la población mundial ya está afectada, según ha publicado esta semana la revista científica American Journal of Psychiatry. No se especifica en el artículo, sin embargo, si este nuevo síndrome explica —además— la crisis económica y de valores que padece el mundo occidental, y que también, a simple vista, parece ser hija de esta nueva enfermedad. El directivo de la financiera que compró deuda incobrable de otra, por ejemplo, ¿padece del ya vetusto Síndrome de Diógenes o del flamante Síndrome de la Acumulación Compulsiva? El gerente del banco que dio créditos hipotecarios a potenciales morosos sin aval ni garantía, ¿sufre del viejo TOC o sufre del nuevo SAC?

Según explican los doctores del Institute of Psychiatry de Londres (padres del descubrimiento), todos podemos sentir la necesidad de guardar objetos con un determinado valor sentimental. «El problema se produce —dicen— cuando esta necesidad dificulta nuestro día a día, cuando la acumulación hace impracticables los movimientos cotidianos y cuando nos sentimos avergonzados». Quizás la ola de suicidios de altos ejecutivos y brokers en quiebra (el magnate inmobiliario estadounidense Steven Good y el directivo francés Thierry Magon fueron los últimos) explique también ese sentimiento de vergüenza que otorga la acumulación.

El caso de Magon es paradigmático: había sido cofundador de la gestora de fondos Access International, pero se cortó las venas en Navidad y su cuerpo fue hallado en su despacho de Nueva York; el hombre —en su afán de acumular— había perdido 1.400 millones de dólares con el fraude de Madoff. El ‘valor sentimental’ de esa pérdida fue, quizás, demasiado para él. Y también para Pablo Sergio Silva, que se pegó un tiro en el pecho en medio de una sesión bursátil brasileña. O el broker hindú Aamir Ali, que se colgó del ventilador de su casa antes de fin de año. O el quinto hombre más rico de Alemania, Adolf Merckle, que se arrojó al paso del tren en su pueblito de Blaubeuren. Todos habían acumulado demasiados papeles inservibles y recuerdos sentimentales, todos habían perdido, de un día para el otro, sus pétalos de rosa, ya marchitos e inútiles, apretados entre las páginas de un libro.

 

Hernán Casciari