Hernán Casciari

Guillotina tiene nombre de mujer
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España, decí Alpiste

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Hay palabras que suenan a lo que son (“agua”, sin ir más lejos), y otras a las que hay que ponerle voluntad. Por ejemplo “horchata”. En mi barrio la gente toma horchata de chufa, y en verano me quieren convidar. ¡Ni en pedo! Esa bebida suena a concha sucia; tranquilamente podés decirle a una vieja: “¡andá a lavarte la horchata!”, y te quedás relajadísimo.

Yo en esta vida tengo tres prejuicios: Brasil, las motos grandes y las berenjenas. Nunca pisé Brasil (incluso una vez lo tuve que esquivar seis días, para llegar a Guyana) porque creo que si voy, me vuelvo con el sida. Nunca me subí a una moto grande, porque si me subo creo que me mato. Y jamás en la vida comí berenjenas, porque no me gusta el nombre. Tiene feo gusto.

Y es que el tema de los nombres de las cosas, aunque no parezca, es fundamental. Sobre todo cuando hablamos de la comida y de las mujeres, que son las cosas que uno más consume.

Uno se puede acostar, medio borracho, con una señorita muy fea, siempre y cuando no se llame Berta o Marta. Es humillante despertar con alguien al lado que se llame Berta, o que se llame Marta, o cualquier otra cosa que dé sensación de tía. Es como haber fracasado en la vida, como ser viejo a los treinta, como haber perdido el tren de las Sofías, las Danielas y las Valerias.

(Yo lo siento en el alma si detrás de algún nick hay una lectora que se llame Berta o Marta. Si por desgracia existe, le pido disculpas, pero que vaya sabiendo que jamás cogería con ella. Por lo menos gratis).

Con la comida es lo mismo. Yo no entiendo cómo hay gente que puede comer berenjenas en escabeche. Se están comiendo una enfermedad de la edad media (Luis XV murió en 1698 de unas berenjenas fulminantes) en una salsa hecha con un un payaso de los setenta (¡con ustedeees… el gran Escabeche y su inseparable Chimichurri!). A veces la gente come sin pensar, por eso hay tanto niño obeso.

El picaporte es otra palabra infame que no tiene nada que ver con lo que nombra. Ocurre que uno ya nació con el sustantivo incorporado, pero si te ponés a pensar, picaporte suena a instrumento de tortura: garrote vil, silla eléctrica, picaporte y guillotina. Queda muy bien metido ahí. En cambio el instrumento para cerrar puertas y ventanas se tendrían que llamar más fácil.

Y ya que estamos: guillotina queda mejor como nombre de esposa concheta —Guillotina Pérez Davobe acaba de dar a luz a su primogénito, ¡enhorabuena, Guillotina!— que como lo que es, obviamente debería ser «sacamarote».

Los alemanes la tienen muy clara en ese sentido. Son capaces de encadenarte seis o siete palabras sin poner espacios. Para ellos, ley de modificaciones para la regulación de prescripción de calmantes se dice betäubungsmittelveordnungsänderungsgesetz. ¡Son unos genios! La desventaja es que no respiran mucho cuando hablan, por eso tienen el cogote colorado. Pero sacando esa mínima desventaja, la idea es muy útil.

En castellano tenemos una palabra medio alemana —«correveidile»— que está formada por tres imperativos y un nexo coordinante. Pero tendríamos que tener más vocablos que escondan la definición en sí mismos (por ejemplo «cosaquemata» o «guardaelpozo»), sinó estaremos condenados a revisar el diccionario hasta el fin de los días.

En muchos países se usa tomacorriente en lugar de enchufe, que debería no existir. ¡Perfecto! Y hay una clase de asquerosidad que te sale en la cara que en todos lados se llama acné (que parece el apellido de un poeta francés del XIX), y que en Argentina (un país sin futuro pero muy práctico) le decimos «pornoco» —contricción de «por-no-coger»—, que además de ser un vocablo mucho más divertido, cumple la función de explicarte por qué nos aparecen esos granos ominosos.

¿Será muy difícil mandar a la mierda a todas las palabras que no tienen nada que ver con su significante, y empezar a hacer como los yanquis, que a «deténgase por el amor de Dios» le dicen «stop»? ¿O como los chinos, que en vez de escribir juegan al pictionary? ¿O como los ya mencionados alemanes, que nodejanespacioperosëentienden? ¿Será muy difícil dejar de fingir solemnidad académica y empezar a hacer collage, como el resto del mundo?

Yo creo que el problema del castellano es que las reglas las inventan unos viejos chotos, unos gerontes tristes y con pocas ganas de jugar. Gente, además, que lee mucho pero que habla poco, y que de tanto leer no sale a la vereda a ver qué pasa, ni a escuchar de qué blabla la mareja. Si al mataburro lo escribiéramos nosotros, los calleparlantes, otro gallo corococó, sin lugar a humm.

Hernán Casciari