Hernán Casciari

La educación en manos de un robot
3m

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Acaban de inventar en Japón una maestra de quinto grado. Se llama Saya, tiene la cara de goma y por dentro la surcan cables. 

Es un robot esbelto, agradable, que simula tener unos veinticinco años humanos y que sabe pararse detrás de su escritorio y mirar, con serenidad, a todos los alumnos del aula. Según la prensa, la robot Saya sabe entonar, en diferentes idiomas, la popular frase «¡Cállense la boca!». Y lo hace tan bien, que algunos japonesitos de quinto grado, al ver y oír a Saya enojada, con la goma de las cejas apuntando al centro de la nariz, se ponen a llorar. Porque aquí está la noticia: Saya está en funciones. Desde principios de marzo, el prototipo ya interactúa con alumnos reales, de carne y hueso, en un aula de Tokio. Con educandos tradicionales de toda la vida, que dejan sus mochilas en el pupitre y la ven ahí delante, a Saya, con una mezcla de fascinación y espanto.

Es de imaginar la poquísima gracia que les hará esta noticia a las maestras y maestros de primaria que están ahora mismo —en cualquier parte del mundo— a la mitad de una huelga para pedir mejores salarios. O para suplicar seguridad en las aulas, a raíz de esta última moda infantil de golpear con palos a los educadores. La respuesta a vuestros requerimientos, amigos maestros, son estos robots que no se quejan y que aguantan sin chistar los navajazos. El creador de Saya, un tal Hiroshi Kobayashi, simpatiquísimo profesor de ciencias de la Universidad de Tokio, dice que los maestros no tienen por el momento nada que temer: «No hay tecnología que reemplace a los humanos ni que pueda lidiar con niños —asegura—, pero sí hay muchos científicos que esperan lograr que los robots puedan reemplazar la cada vez más escasa mano de obra». Esta es una realidad japonesa, claro: parece que allí nadie quiere ser maestra de quinto grado, y por eso construyen placebos de goma, les incorporan un chip con las tablas de multiplicar, y al escenario. Pero de todos modos la gracia del invento debe ser mínima para los profesores con ojeras de carne y hueso, para los que cobran miserias y van de todos modos a controlar a sus pequeñas fieras, a enseñarles a ser personas de bien.

Aunque, ¿y qué pasa si se descubre que las máquinas son mejores enseñando a nuestros hijos a ser humanos? Es improbable, sí; pero también era improbable, hace unos años, que las máquinas les ganaran al ajedrez a nuestros campeones mundiales de carne y hueso. Además, son siempre los japoneses los que les quitan a las utopías tecnológicas la etiqueta «Improbable» y le ponen otra que dice «Sanyo». Son buenos en eso. ¿Harían huelga los ciberprofesores? ¿Se estresarían, pedirían la baja por depresión? Los gobiernos del mundo comienzan a pensar en esto. Para peor, la robot Saya está programada para tener seis gestos diferentes en el rostro: felicidad, sorpresa, tristeza, miedo, repugnancia y furia. Que justamente son, en ese orden, los sentimientos habituales de las maestras de quinto grado, desde que egresan del magisterio hasta que se jubilan.

Hernán Casciari