Hernán Casciari

La fuente de la buena fortuna
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Pausa

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Había una fuente mágica en una montaña, rodea­da por muros y protegida por hechizos. Era imposi­ble llegar a ella. Pero el día más largo del año estaba permitido que una sola persona lo intentara. Si esa persona conseguía llegar a la fuente y bañarse en sus aguas, la buena suerte lo acompañaría toda la vida. 

El día señalado, una multitud se reunió frente a los muros. Entre los que esperaban pasar al otro lado había tres brujas que no se conocían, pero que se hi­cieron amigas en el acto. 

La primera se llamaba Asha y tenían una enferme­dad que nadie había podido curar; confiaba en que la fuente iba a sanarla. A la segunda, Altheda, un hechi­cero le había robado la casa y la varita mágica; con­fiaba en que la fuente iba a devolverle lo que había perdido. La tercera, Amata, le había roto el corazón un muchacho del que estaba enamorada; confiaba en que la fuente le iba a aliviar el dolor. 

Después de contarse sus respectivos problemas, las tres quedaron en que, si tenían la suerte de poder en­trar, iban a unir fuerzas para llegar juntas a la fuente. 

Cuando salieron los primeros rayos de sol se abrió una grieta en el muro y la multitud se abalanzó. Unas enredaderas que crecían al otro lado se enroscaron al­rededor de la primera bruja, Asha. Esta agarró por la muñeca a la segunda bruja, Altheda, quien a su vez se aferró a la túnica de la tercera, Amata, y Amata se enganchó en la armadura de un caballero triste que había llegado hasta el muro en un caballo flaco. La enredadera arrastró con fuerza a las tres brujas y al caballero hasta el otro lado, y la grieta se cerró. 

En lugar de alegrarse por haber entrado, Asha y Al­theda miraron a Amata con furia: «¡En la fuente solo puede bañarse una persona! Si ya era difícil decidir cuál de las tres se iba bañar, ¿qué vamos a hacer ahora que tenemos a este tipo acá?», le dijeron. Pero estaban los cuatro ahí, así que debieron marchar juntos. 

Atravesaron un jardín encantado, superaron obs­táculos mortales y finalmente consiguieron llegar a la cima, donde estaba la fuente, pero un río les cerró el paso. 

En el fondo del río vieron una piedra que decía: Entrégenme el tesoro de su pasado. Estuvieron un par de horas tratando de descifrar el enigma, pero les resultaba imposible. Hasta que Amata lo entendió. Agarró su varita, sacó de su mente todos los recuer dos de los momentos felices que había vivido con el hombre que le había roto el corazón y los descargó en el agua. La corriente se llevó todos sus recuerdos y en el río aparecieron unas piedras que armaron un sendero. De ese modo, las tres brujas y el caballero cruzaron al otro lado. 

Ahora sí frente a ellos, rodeada de flores increíbles, apareció la fuente. Había llegado el momento de de­cidir quién de los cuatro iba a sumergirse. 

En ese momento, la pobre Asha que buscaba en la fuente salud— se desplomó. Estaba extenuada por las travesía y a punto de morir. Sus amigos quisieron llevarla hasta la fuente, pero ella les dijo que estaba demasiado débil. Entonces Altheda juntó hierbas mágicas alrededor de la fuente, las mezcló con agua y le dio a su nueva amiga un trago. Todos los síntomas de su terrible enfermedad desaparecieron. 

«¡Estoy curada! ¡Ya no necesito bañarme en la fuente! ¡Que se bañe Altheda, que busca recuperar su dinero!», dijo Asha. Pero Atheda estaba fascina­da con esas hierbas. «¡Si pude curar tu enfermedad con esas pociones, ganaré lo suficiente! ¡Que se bañe Amata, que busca sanar las heridas de amor!», dijo Atheda. 

El caballero le hizo una reverencia a Amata invi­tándola a entrar en la fuente, pero ella se negó. El río había hecho desaparecer el dolor que sentía por el hombre que la había dejado, y estaba feliz y liberada. Miró al caballero y le dijo: «Has sido noble y bueno con nosotras, báñate tú».

El caballero le agradeció con una sonrisa y entró en la fuente de la buena fortuna asombrado, finalmen­te, por haber sido el elegido entre miles de personas. Después, justo cuando el sol ya se ponía en el hori­zonte, salió del agua, se arrodilló a los pies de Amata (que era la mujer más buena y hermosa que había conocido) y le suplicó que se casara con él. Amata, en ese instante, entendió que por fin había encontrado a un hombre que de verdad era digno de ella. 

Las tres brujas y el caballero bajaron juntos de la colina, agarrados del brazo. Los cuatro tuvieron una vida larga y feliz, y ninguno de ellos supo ni sospechó nunca que, en las aguas de aquella fuente, no había ninguna magia.

J. K. Rowling
Una adaptación de Hernán Casciari