Hernán Casciari

La rana y el cochino
4m

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Seis meses haciéndome el loco

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La enfermera Sara ya no sabe qué hacer con el Niño Andoni, que es un interno que actúa como un bebé. Como todo el mundo sabe, las enfermeras de los psiquiátricos son señoras muy especiales, a las que no les gustan los niños, ni lo maternal, ni el romanticismo. Estudian para estar con locos y salvarse así de todo lo ingenuo que tiene la vida fuera de estos muros. Por eso es que la enfermera Sara ahora no sabe qué hacer con el Niño Andoni, que solo quiere cariño, mimos, que le cambien los pañales y que lo arropen durante las noches frías.

Como la enfermera Sara me ha visto, a veces, haciendo reír al Niño Andoni durante los almuerzos para robarle la comida, cree que a mí sí me cae bien este señor. Lo cierto es que yo también lo odio, todos lo odiamos aquí, porque es un guarro. Pero ella está convencida de que a mí me cae simpático.

Este fin de semana me ha llamado la enfermera Sara, con los ojos desgastados de estar en vela, y me ha pedido que fuese a la habitación del Niño Andoni e intentara hacerlo dormir con mis juegos infantiles.

Al principio le he dicho que no, que prefería quedarme en la habitación preparando mi Garrote de Navidad, que por cierto está quedando muy bonito, pero la enfermera Sara se ha arrodillado y me ha rogado que la ayudase. «Por lo que más quieras, Xavi, que ya no puedo con mi alma», me ha dicho.

En realidad, lo mejor que te puede pasar aquí es que las enfermeras te pidan algo, porque entonces las tienes comiendo de tu mano. Más tarde puedes pedirles cigarrillos, puedes pedirles casetes de la calle, puedes pedirles que te saquen un rato a pasear sin que se entere el doctorcito V., puedes pedirles muchas cosas. Así que al final hemos comenzado una negociación:

—Yo lo hago dormir al Niño Andoni, pero después me dejas darte un beso —le he dicho.

—¡Cómo que un beso! ¡Cómo que un beso! — me ha dicho ella— Tú a mí no me tocas ni con la punta de tu garrote.

—Vale, entonces ve a calmar al Niño tú. Que yo aquí soy un enfermo, no un enfermero.

La enfermera Sara se ha ido de mi habitación dando un portazo, pero yo sabía que iba a volver. Lo hizo a los diez minutos. Entró con la cabeza gacha y dijo, sin mirarme a los ojos:

—Está bien. Si tú haces callar a ese idiota… me puedes besar.

—En la boca —dije yo—. A ver si te conviertes en princesa.

—Eres un cerdo —dijo ella, pero no se negó.

Entonces me puse manos a la obra.

Abrí mi cajón y escogí los dos títeres que prefiere el Niño Andoni: la rana y el cochino. Le mostré a la enfermera Sara mis herramientas.

—Mira —le dije—, yo soy el cochino y tú eres la rana.

La enfermera Sara se puso muy nerviosa y me arrastró a la habitación del Niño Andoni, que no paraba de berrear.

Me puse los títeres en los dedos y comencé a contarle la historia de una rana que vivía en un hospital con un cochino que quería besarla. Al Niño Andoni le gustó mucho la historia y se quedó dormido como un loco que se cree un bebé. La enfermera Sara, que también estaba allí, me miró por primera vez con una sonrisa.

Nos fuimos por el pasillo en silencio.

Cuando llegamos a la puerta de mi habitación yo me la quedé mirando, para ver si cumplía su promesa. Ella no me miraba a mí.

Yo le dije:

—Venga, te toca pagar.

Entonces la enfermera Sara cerró los ojos y puso los labios apretados. Antes de que a mí también me diese vergüenza, la besé un poquito, menos de un segundo, y me puse rojo como un tomate. Cuando me recompuse ella ya se estaba escapando por el pasillo, sin correr, pero muy rápido. Me la quedé mirando: parecía una princesa.

Hernán Casciari