Hernán Casciari

Laváte la boca con jabón
4m

Compartir en

Más respeto que soy tu madre

Compartir en:

Ya estoy cansada de escucharlos putear día y noche, a mi marido, a mi suegro, a los chicos… Son unos bocasucias. ¿No hay otras maneras de decir las cosas, digo yo? No se puede ir puteando por toda la casa a cualquier hora. Pero es en vano que les diga nada, porque la culpa no es de ellos, es de los tiempos.

A veces extraño una moda que hubo en otras épocas, y que mis padres usaban mucho, de disfrazar la puteada.

«¡La punta del obelisco!», decía mi mamá cuando se pinchaba el dedo con la aguja, pero lo decía con el tonito que se usa para decir «¡la puta madre que lo parió!».

El asunto era empezar con el tonito y las dos primeras sílabas de la puteada, y enseguidita agarrar para otro lado, como haciéndose la boluda.

«Que te tiró de las patas…», decía mi papá en lugar de «que te parió», que ya de por sí era un disimulo de «la puta que te parió», que solamente se usaba en la calle, nunca en casa.

¡Mirá vos qué cultos y sanitos que éramos!

Como en aquella época las cosas avanzaban despacio, y no había televisión ni estas cosas, yo hasta grande estuve convencida de que la palabra «parió», así a secas, era una mala palabra, una grosería. La buscaba en el diccionario y, al no encontrarla, más todavía pensaba que era algo malo. A los doce o trece la relacioné con el verbo «parir». Y supe que sin el acompañamiento de «la puta que te» muy mala no era la palabra.

«¡Que te pan con queso!», decía mi mamá cuando se le caía la botella de leche de vidrio al suelo. Mi hermano de chico usaba mucho «la conciencia de mi hermana», en lugar de «la concha de». Siempre se lo agradecí mucho.

Mi papá, en la calle con los amigos, en el trabajo, decía cochinadas larguísimas. Una vez lo escuché desde la ventana de casa decirle a un tipo que le había abollado el guardabarro de la studebaker: «La renegrida y peluda concha de la puta que te recontra mil parió, hijo de re mil putas», una frase que memoricé y después a la noche conté con los dedos y tenía dieciocho palabras.

Era una especie de Garcilaso de la Vega enajenado mi viejo. Pero en casa no.

—¡La república argentina! —decía en casa, cuando se peleaba con mi mamá.

«Me cago en diez», en lugar de «en Dios», se usaba mucho también, porque Dios castigaba pero los números no (eso lo pensábamos todos hasta que llegó Alfonsín). Y también se decía «cacarear» en lugar de «cagar». «Se cacareó en las patas tu hermano», me decía mi vieja, pobrecita.

Ahora no. Hace un rato la Sofi tuvo una agarrada con el Nonno; se pelearon porque el Nonno a veces le usa la camita a la Sofi para hacer la siesta, y a ella no le gusta porque el abuelo le babea la almohada y le deja lamparones. Y se dijeron de todo. Los dos. Y yo tenía visitas en casa, fue una vergüenza… Pero lo más grave lo dijo la Sofi, que para peor es nena:

—¡Chupáme la vulva, geronte del orto! —le gritó al abuelo.

—¡Sofía! —le digo yo—. ¡Andá a lavarte la boca con jabón! Antes era fácil echarle la culpa de todo a Menem. Pero ahora se nos fue este hombre. Ay, pero por suerte nos queda internet… Ahora le podemos echar la culpa de todo a internet. Así que ya le dije a la Sofi que hasta que no empiece a usar metáforas para putear no le dejo usar más la máquina a la noche. Yo no sé dónde mierda aprende la guacha a hablar como el orto, si no es en internet.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)