Hernán Casciari

Partimos hacia la aventura
3m

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Más respeto que soy tu madre

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Nos vamos al Sur, de vacaciones imprevistas. Mientras escribo esto, a las apuradas, Zacarías está en el teléfono averiguando horarios de ómnibus. Don Américo está en su habitación haciéndose la valija y cantando canzonetas felices. El Caio y la Sofi, incrédulos todavía, sonrientes, con los cachetes colorados, no pueden entender que van a conocer la nieve.

No sé cuánto podrá costarnos este viaje, no sé si tenemos tanto dinero en la caja, pero esta vez no nos importa nada. Cerramos la pizzería unos días (nos lo merecemos) porque todos tenemos algo que hacer allá abajo, en la Patagonia. Ojalá pudieran verme, corazones, en este momento, mientras les escribo con torpeza. Ojalá ustedes pudieran ver mi sonrisa gigante.

Es un viaje planeado en dos horas. Un viaje en conjunto, enloquecido. No sé cuánto tardaremos en llegar a Lago Puelo. Pero mejor les cuento desde el principio: hoy a la tarde llamó el Nacho. Atendió el Zacarías, pero mi hijo quiso hablar conmigo, quiso que yo fuera la primera en enterarme.

—¿Están todos ahí con vos? —me preguntó. —Sí, nene, qué pasa —dije. —¿Pero están todos todos? ¿Está el abuelo Zaca, el Bisnonno, el tío Caio y la tía Sofi? ¿Seguro están todos, abuelita?

Entendí enseguida. Tan boluda no soy. Pero no pude hablar, no me salía ninguna palabra. Quería decirle tantas cosas al Nachito, pero no podía. Me puse a llorar en el teléfono, mientras el Nacho me decía que quería estar seguro antes de decirnos nada, y que por eso la noticia me la daba ahora, y no la semana pasada… Y que él y la Luchía, me decía mi hijito, estaban saltando en una pata de la alegría.

Cuando colgué con mi hijo, yo misma me encargué de darle la noticia a la familia. Se quedaron todos diez segundos petrificados, y después nos abrazamos como cuando Maradona les hizo el gol a los ingleses. Ahora no me acuerdo quién dijo que deberíamos viajar enseguida a abrazarlo. Pudo haber sido cualquiera. Y empezamos a hacer valijas.

Salimos en cuanto consigamos algo. Lo que sea: un tren, un camión, un ómnibus. Somos capaces de hacer dedo en la ruta. De ir caminando. No sabemos cuándo vamos a llegar. Pero en cada cibercafé de cada pueblo les iré contando el viaje, porque quiero que ustedes se vengan conmigo.

¿Saben que desde hoy están leyendo el blog de una abuela? Sonrío, soy muy feliz. Mañana quién sabe desde dónde les estaré escribiendo. Partimos hacia la aventura. La Patagonia nos espera, y todos queremos estar ahí lo antes posible para tocar la pancita de la Luchía, porque desde hace cinco semanas en esa panza se esconde un Bertotti. Uno de los nuestros…

¿Quién me iba a decir a mí, a mis cincuenta y dos años, que todavía era posible volver a nacer?

Hernán Casciari