Hernán Casciari

Sudamérica, pulmón de fútbol
3m

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En la Selección Argentina hay tres opciones de mitos griegos: se espera de ellos que aparezcan y reviertan una historia predestinada al fracaso. Uno es Messi, que estuvo a punto de dejar el equipo en las eliminatorias —por la presión exagerada y las dudas de sus compatriotas— y que ahora busca su redención. Otro es, como siempre, Maradona, que si consigue llevar a sus dirigidos a un 11 de julio glorioso se convertirá en directamente en Zeus, sin prórroga ni penales. 

Y la última opción de mito era Martín Palermo, que esta semana alcanzó su parnaso. Palermo es una historia aparte dentro de la película del Mundial. Es una comedia irreverente que no se emitió más que en la televisión argentina. Una comedia de culto. En esta sitcom, que ya dura quince años, Palermo entregó episodios inolvidables: erró tres penales en un solo partido, hizo un gol de cabeza desde mitad de cancha, lloró, se tiñó el pelo de amarillo, se peló, se tatuó, se quebró la tibia en un festejo, hizo su gol número cien lesionado, alcanzó el récord de mayor goleador xeneize, luchó, perdió, hizo el ridículo, y hace meses fue el artífice de que Argentina no quedara eliminada de Sudáfrica. Palermo representa el descontrol del fútbol sudamericano, el desmadre y la locura. Diego Maradona es el culpable de que —contra pronóstico— Martín ocupe un lugar entre los veintitrés de Argentina. Y también es culpable Maradona, este director de orquesta tan sensible al detalle épico, de que Martín haya entrado en el único partido posible: uno casi definido como el del martes ante Grecia. Palermo entró a la cancha durante muy escasos diez minutos, solo para cerrar con gloria su epopeya personal. Y lo hizo con la única herramienta que conoce: el gol agónico, el gol intempestivo, el gol deslucido de los que llevan el nueve en la espalda, el gol como sea, el gol récord. Palermo es hoy, con 36 años y 277 días, el debutante más viejo en hacer un primer gol en los mundiales. Pero sobre todo, Martín fue el primero en hacer un gol de Copa Libertadores en un Mundial. Porque su gol fue también de Salvador Cabañas, de Rubén Sosa, de Antony de Ávila, de Carlos Aguilera, de Néstor Scotta y de todos los grandes goleadores de la Libertadores que nunca brillaron en las copas del mundo. Maradona hizo entrar a la cancha a todos esos tipos, para que tuvieran su homenaje. Eso es entender de fútbol por encima de estrategias y pizarras: sabía que iba a ocurrir la magia. Nosotros, desde los televisores, lo esperábamos también. El martes, a los ochenta minutos de partido, para nosotros el Mundial era lo de menos: habíamos cambiado de canal, habíamos puesto una comedia regional. Inglaterra, Italia, España, Alemania y Francia acabaron la primera fase de dos maneras tristonas: con cancelación patética o pidiendo la hora y arañando la clasificación sin mostrar talento. La primera fase argentina, en cambio, acabó con un guiño al fútbol sudamericano, salvaje, caótico, veterano, insurgente y guerrillero. El fútbol que le da vida a todas las otras ligas del mundo. Un homenaje al esfuerzo de un continente que es, cada vez más, el pulmón del deporte que más le gusta a la raza humana. 

Hernán Casciari