Hernán Casciari

Terapia de grupo con el licenciado Mastretta
4m

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Más respeto que soy tu madre

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El licenciado Mastretta lo dio de alta al Caio. ¡Ay, qué alegrón más grande! No era que estuviese loco, sino que estaba alzado. Así que lo invitamos a cenar a casa para agradecerle que le haya devuelto la cordura al nene, después de tantos esfuerzos, y sin querer terminamos haciendo terapia grupal.

El tema lo sacó mi suegro, que aprovechó que tenía un psicólogo cerca para hacerle una pregunta que lo preocupaba:

—Ío sogno sempre que me chuppa un platto voladore non identificatto —se sincera el Nonno—, ¿eso é grave, dottore?

Todos nos quedamos mirando al licenciado, que se limpió con una servilleta y repreguntó, como hace siempre esta gente:

—¿Y qué le ocurre adentro del plato volador, abuelo?

—La vedo a la mía donna disfrazatta d’estraterrestre, que me diche: «Mascalzone, borracho, figlio de putana».

—¿Pero su esposa alguna vez le ha dicho esas cosas en la vida real?

—Adentro di un platto voladore no. Nunca.

—Usted lo que siente es culpa, abuelo. Es posible que no haya resuelto algunos temas de su matrimonio.

—¿Y usté me puede curare? Perque cuesto sogno non me deca dormire.

El licenciado Mastretta, rápido como los bomberos, le dio cita al Nonno para el lunes. Los psicólogos son así: te arreglan un hijo pero enseguida te encuentran defectuoso un suegro. Son capaces de cualquier cosa con tal de sacarte la plata.

El asunto es que la cena iba lo más bien, y en la sobremesa nos pusimos todos a hablar de sueños recurrentes, que es un tema muy lindo, sobre todo cuando aparece una en el sueño del otro.

La Sofi le contó al licenciado que sueña que vuela desnuda, y el Zacarías se puso en guardia, como para fajarla.

—Tranquilo, tranquilo —lo contuvo Mastretta—. El de su hija es un típico sueño virginal. No tiene ninguna relación con el sexo.

El Zacarías, después de oír al doctor, se quedó más tranquilo.

—¿Yo le puedo contar a mi familia lo que sueño, Mastrix?

—preguntó el Caio, que se ve que tiene mucha confianza con Mastretta.

—Es posible que tus padres no lo comprendan, Claudio —dijo el licenciado.

—¡Pero si es una canción de la época de ellos!

—¿Soñás con una canción, nene? —me emociono—. ¡Qué sensible!

—De todos modos mejor no nos refieras tu sueño, Claudio —insistió el licenciado—, es secreto de confesión.

El Caio se quedó con las ganas, y Mastretta, curioso, lo miró al Zacarías:

—¿Y usted, don Bertotti?

—Bien. Acá me ve… Echando panza.

—Me refiero a los sueños. ¿Usted qué sueña? Nos quedamos mirándolo. La verdad es que el Zacarías jamás nos contó un sueño, así que la curiosidad era doble.

—Soñar es de putos —dijo, tratando de no ofender a la visita—. Yo no sueño. Yo duermo nomás, como los machos. Cierro los ojos y duermo.

—Todo el mundo tiene sueños —le explica el licenciado, que es un señor muy sereno—. Son imágenes que están dentro de la cabeza, y soñar nos sirve para descansar.

—Será por eso que me despierto contracturado —dice mi marido—. Pero no sueño.

—Lo que te va a salir es una úlcera, si no soñás una vez por semana, por lo menos —le digo yo—. ¿No habrá alguna pastilla, doctor, para que a este le dé una pesadilla o algo? Capaz que es por eso que anda siempre con esa cara de melón.

—¡Il Caio tiene pasticha per sognare —dice el Nonno— escuendidda en el aparadore!

—¡Buchón! —se enoja el Caio con su abuelo. 

—El Nachito —le comento al doctor—, que es mi hijo el mayor, últimamente sueña con gigantes. Me lo contaba por messenger los otros días. ¿Eso es bueno?

—Es un sueño muy común —dice el licenciado—, no significa nada.

—¿Y vos, mamá? —me pregunta la Sofi.

—Mis sueños son muy pavos —le digo—… Yo sueño con casitas, con árboles, con nubes, con pajaritos…

—Pero algo querrá decir esa representación onírica, Mirta —me apura el doctor.

—Sí, debe querer decir que no tengo imaginación… ¡Una señora grande soñando con casitas!

Lo que no les dije es que el sueño lo tengo dormida, pero también lo tengo despierta. No me gusta hablar mucho de mis cosas con Mastretta, porque esta gente siempre le busca la vuelta a todo. Lo que no sabe este hombre es que soñar no cuesta nada, por eso cobra ciento veinte pesos la visita.

Hernán Casciari