Hernán Casciari

Un estudio indica, otro revela
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Un estudio indica. Otro revela. Otro asegura. En su afán por confundirse con el cambalache de internet, la mala prensa aprovecha el verano para perder el norte. 

En ciertos medios, y en estas épocas, son cada vez más frecuentes las noticias que comienzan con las palabras ‘un estudio indica’, y prosiguen después con las afirmaciones más variopintas. ¿Cómo llegan estas misceláneas a los periódicos veraniegos? ¿Por qué se han multiplicado tanto? Según un estudio propio, el ‘experto’ hace contacto con el ‘redactor’. Por ejemplo, suena el teléfono en un periódico necesitado de realidades: «Hola. Estoy en cuarto año de sociología, en la universidad, y acabo de escribir un estudio muy bonito sobre los feos. ¿Usted me lo podría publicar?». El redactor pregunta si es a favor o en contra. «A favor —responde el experto—, mi estudio dice que los feos tienen menos posibilidad de conseguir cargos directivos. Y que cuando lo consiguen, cobran menos que los pelirrojos, pero un poco más que los bizcos». El redactor no parece convencido: «Mandálo. Pero no te prometo nada porque hoy hubo un terremoto en Indonesia y estamos enloquecidos». El experto insiste: «Si quiere le preparo un ‘estudio indica’ sobre lo que les pasa a los feos en los terremotos». El redactor sopesa la oferta: «¿A qué hora lo podrías tener?». El experto saca cuentas: «No sé, tendría que cambiar algunos datos. ¿En una hora?». El redactor acepta. 

Esta forma de oferta-demanda es plausible, aunque mi estudio tampoco descarta la opción inversa. Por ejemplo, suena el teléfono en una universidad: «Hola. Estoy cerrando la portada del diario y me queda un hueco de dos por cuatro. ¿Ustedes no tendrían a mano algún ‘estudio revela’ no muy largo?». El experto se ofusca: «Haber llamado más temprano… A esta hora ya no nos queda nada». El redactor insiste: «Ya lo sé, pero es una urgencia, estamos en verano». El experto no cede: «Lo que pasa es que al mediodía vienen los blogs y se llevan todo». El redactor no ceja: «¿No me podría preparar uno, así a mano alzada?». El experto se excusa: «¿Sabe qué pasa? De los nueve becarios que inventan estudios, tres nos dejan colgados siempre por enfermedad». El redactor suplica: «Haga un esfuerzo, necesito algo». El experto bufa: «A ver… Déjeme pensar. (Pausa). Mire: ‘Un estudio revela que los becarios sufren un 35% más enfermedades que los albañiles’. ¿Le sirve?». El redactor exclama: «¡Me encanta! ¿En cuánto lo puede tener listo?». El experto responde: «Déjeme que lo contraste con mi cuñado, que es constructor, y se lo mando por mail». El redactor cuelga, feliz de la vida. 

Por supuesto que algunos estudios son muy serios. Digamos, hay cuatro al mes que tienen sentido. ¿Y los otros cuarenta estudios mensuales, por qué están allí? Antes la gente iba a la universidad a estudiar o a tirar piedras. Los expertos del siglo pasado eran gente anciana que inventaba la penicilina o que descubría la psoriasis. Entonces llegó la velocidad de la información, los tiempos en que no nos importa tanto la verdad sino el impacto del razonamiento. ¿Qué nos ha pasado en este siglo? ¿Por qué hemos llegado a un punto en donde todos nos sentimos capacitados para generar un estudio? 

Hernán Casciari