Hernán Casciari

Una carta de amor
2m

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Seis meses haciéndome el loco

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Querida Francisca: 

Mañana, cuando regreses al hospital en una de tus habituales visitas de los martes, para ver a tu hermano Antonio, alias el Gelatinas, yo no estaré tras los cristales del pasillo adorándote con los ojos, como te tengo malamente acostumbrada. 

He descubierto, querida Francisca, que el amor desmesurado hacia una mujer la convierte a esta en altanera, en pagada de sí, en contoneadora de caderas y —se han dado casos— en corista de puticlub. 

Yo no quiero que te ocurran todas estas desgracias, querida Francisca. No es mi deseo que mi presencia de los martes, siempre atenta a tu perfume, a tu sombra, a tu leve zigzag, a tu andar silencioso y a tus ojos verdes, se me vuelva en contra cual boomerang australiano deportivo. 

Hay dos clases de señoritas bellas, querida Francisca: están las que desconocen su suerte estética, y luego están las que se miran todo el tiempo en los espejos para ensayar gestos, contoneos, sonrisitas y para estirarse las pestañas con delineador negro. Las primeras están dibujadas por el lápiz celestial de Dios, y las segundas por el lápiz labial de Dior, que suenan parecido pero no son lo mismo. 

Yo deseo, querida Francisca, la absoluta y eterna ignorancia de tu belleza, que nunca sepas de qué forma late mi corazón cuando apareces, ni cómo se desliza por mi comisura la baba floja del deseo carnal. No quiero que conozcas mis desvaríos del fin de semana, cuando cuento las horas que faltan para que sea martes y tú estés a menos de cien metros de mí. 

Mañana, querida Francisca, visitarás a tu hermano sin mis ojos en tu espalda, porque me quedaré encerrado en mi habitación toda la tarde, para no dañarte con la daga de mi amor mutante. 

Pero cuidadín: si tú crees que no puedes vivir sin el halago de mi presencia, si crees que te entran ganas de besarme, o de decirme cosas de amor al oído después de leer esta carta, díselo al Gelatinas, así me manda a buscar. 

Que yo puedo ser sacrificado y platónico, pero no soy idiota. 

Tuyo siempre, 

Xavi.

Hernán Casciari