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Pausa
En el año 1995 empecé a trabajar en una revista de economía que se llamaba Énfasis, en Buenos Aires. Yo usaba traje, era flaco: estaba hermoso. Un par de meses después de que me aceptaran en ese trabajo, logré que incorporaran también a Chiri, mi mejor amigo. El señor Baigan, el director de la revista, tomó a mi amigo a prueba durante una semana para ver si funcionaba.
Diecisiete años tendríamos, Chiri y yo, mi mejor amigo y yo. Estábamos en mi pieza de arriba escuchando Pescado Rabioso y suena el teléfono. Atiendo y del otro lado alguien dice un color y un apellido. Y yo me pongo pálido. Tapo el auricular y le digo a Chiri, asustadísimo: —¿Sabés quién llama? El Negro Sánchez está llamando.
Yo escribía poesías en mi adolescencia. Soneto, verso libre. Y también miraba, a escondidas de mi papá, novelas en la televisión: Rosa de lejos, Los ricos también lloran, El derecho de nacer, Un mundo de veinte asientos…
Tengo la teoría de que la cabeza, o más bien no la cabeza, tengo la teoría de que el cerebro tiene un espacio limitado y que cada vez que memorizás una información, hay otra información más vieja que se cae, que se pierde.
Cuando Cristina y yo nos separamos, después de quince años de convivencia, nos pusimos orgullosos por haber tomado una decisión tan importante sin gritos, como gente educada. Pero enseguida nos topamos con un problema: no sabíamos cómo darle la noticia a nuestra hija de once años.
El mes pasado me invitaron a presentar un libro en Buenos Aires. Y como era un libro sobre fútbol, al final de la charla el director de la editorial nos invitó a jugar un partido de metegol (ese invento español al que sus creadores llaman, erróneamente, futbolín). Hacía años que no jugaba al metegol, pero por suerte me tocó de compañero un filósofo muy prestigioso y pudimos ganar. Nuestros contrincantes eran el autor del libro y el director de la editorial. De los tres, a este último lo conocía desde la juventud.
Hoy, catorce de julio, se cumplen veinte años de un hecho intrascendente que (por mi culpa) generó malestar diplomático en un país hermano y le trajo problemas a mi mejor amigo Chiri. Tiene que ver con el robo de símbolos patrios en territorio extranjero. Específicamente, un retrato presidencial. Lo conté hace cinco años en la revista Orsai (ese fue mi error), pero es necesario refrescarlo en este aniversario. Ocurrió el 14 de julio de 1995 y ya es hora de que se levante ese castigo injusto.
2003-2024. Hernán Casciari.
Casi veinte años rascándose el higo a dos manos.